martes, 31 de mayo de 2011

Jon Pascua, de España a Sudáfrica

[Vía Deia.com] SWEET Man (hombre dulce) no es solo un mote vacilón. No nace de un reconocimiento femenino a sus casi dos metros de altura, sus grandes bíceps tatuados o su bufanda de diseño perfectamente anudada al cuello. El mote cariñoso nace de los detalles. Jon Pascua, nacido en Bermeo hace casi 39 años, saluda a la camarera en zulú, le sonríe y le da las gracias en su lengua. Después hará lo mismo con un joven camarero que le pide unos guantes de regalo. "Cuando acabe la temporada, los tendrás", promete. Hace un año no sabía inglés y ahora se defiende también en zulú. Por eso en el barrio de Melrose Arch, una zona acomodada de Johannesburgo, todos conocen a Sweet Jon, el entrenador de porteros de los Mamelodi Sundowns, el equipo más rico de la Liga sudafricana, propiedad de un magnate de la minería. Jon Pascua está a punto de cerrar (el domingo 29 vuelve a casa) su primer año de aventura en el continente negro y se declara feliz en su Chelsea africano. Y sobre todo agradecido: "África me ha cambiado. Por primera vez he aprendido a disfrutar al máximo de mi trabajo y de mi vida. Ahora sé que no puedo cambiar el mundo, pero que es importante adaptarte, saber callar y observar. ¡Me llevo tantas cosas!", exclama.

El club de Pretoria -el equipo lleva el nombre de un barriada de la ciudad vecina de Johannesburgo- ya es casi su casa. A Pascua le gustaría que lo siguiera siendo. "Aún está en el aire, depende de quién sea el entrenador la próxima temporada, pero a mí me gustaría continuar y el presidente me dijo que soy uno más de su familia. No estoy nada preocupado, me voy feliz, y a ver qué ocurre", dice. A Pascua se le atropellan las palabras porque quiere explicar miles de experiencias embutidas en un puñado de meses. No todas amables, aunque delante de un zumo de naranja las explique con la sonrisa en los labios. Con la distancia que regala el tiempo ríe al recuperar los primeros días en los que se lió la manta a la cabeza y, sin saber ni el idioma ni casi nada de Sudáfrica, aceptó la oferta del entrenador español Antonio López (ex de los banquillos de Tenerife, Celta y la selección boliviana) para formar parte del staff técnico.

Dejaba atrás familia, amigos y varios años de experiencia como entrenador de porteros en Lezama y el Badajoz. Delante se le abría una ciudad gigantesca como Johannesburgo, donde la miseria y el lujo más atroz se miran a los ojos a diario. La sonrisa amable fue el camino más corto para su adaptación. "Los hombres que piden en los semáforos ya nos conocen, no tienen ni zapatos y siempre les damos algo de ropa del club que llevamos en la parte trasera del coche", dice. Al golpe de realidad se le sumó las diferencias deportivas en el país que acogió el último Mundial. "Aquí no hay transiciones defensivas u ofensivas que valgan. Juegan al ataque, a tirar un caño y a inventar algo. No acaban 7-4 cada partido porque fallan ocasiones. Con Antonio el equipo jugaba más conjuntado, pero casi todos los partidos de la Liga son un vaivén de portería a portería", sostiene.

BAILANDO EN EL VESTUARIO
Para combatir la soledad -que la hubo- y el choque cultural se recetó buen humor. Su gran apoyo fue Jesús "el canario mandingo", preparador físico del equipo. El ambiente en el vestuario también ayudó. "Los jugadores bailan antes del partido y nosotros bailamos con ellos. Cantan y rezan en el autobús y en todas partes. Es otro ritmo, otra organización y otra forma de entender la vida", subraya. En lugar de desesperarse por la falta de puntualidad o el deje anárquico del club (y eso que es el equipo con más internacionales y ha ganado varias veces la Liga en los últimos años), aprendió a ejercer de psicólogo de los suyos y convertirse en uno más. "Ahora me dicen que no soy blanco, que soy negro como ellos porque me sé pases de baile africanos y les digo cosas en su lengua. Para mí es un privilegio tener la oportunidad de vivirlo desde dentro", asegura.

Su amor por la organización al milímetro se hizo pedazos al chocar con su nueva vida en África. Pero de nuevo se supo adaptar. "He tenido que aprender a leer el estado de ánimo del jugador. El futbolista sudafricano es sensible y pasional y no puedes maniatarlo a un calendario de trabajo en un papel. Si un día veía que los porteros pedían una carga de trabajo fuerte, daba caña, si veía que estaban desanimados, suavizaba la sesión. Con estos jugadores, solo la disciplina no funciona, si no eres flexible, los matas", señala.

Y no sólo vestido de corto las normas son de mano más abierta. A Pascua le costó entenderlo al principio, aunque ahora al recordarlo se suelta a carcajadas. "La policía nos paraban y pedían cold drinks (bebidas frías, una forma de pedir un soborno para dejar pasar alguna infracción) y como no tenía ni idea de inglés les decía que no tenía nada. Pensé en llevar en el coche alguna bebida isotónica o algo así. Cuando lo comenté en el vestuario y me explicaron que lo que querían era dinero nos reímos un buen rato", explica.

SUS MEMORIAS DE ÁFRICA
Pascua transpira tanta alegría por lo vivido que no quiere olvidarse de nada. Desde que llegó a Sudáfrica, fotografía y graba hasta el último detalle. "Son mis memorias de África particulares", apunta. No ha dejado pasar un día sin escribir un diario salpicado de fotos y vídeos de sus paseos por los estadios mundialistas, celebraciones entre aficionados o el descubrimiento de los diferentes rincones del país.

Pero Pascua no solamente se llevará esos vídeos y esas fotografías a casa. Admite que, antes de volar a África por primera vez, el bolsillo lleno habría sido la principal razón de su felicidad en Sudáfrica. Ahora no solo. "Me quedo con la amabilidad de los sudafricanos. Aquí pierden el tiempo que haga falta en ser amables, en saludarte, en sonreír. Sudáfrica me ha enseñado a querer ser agradable con la gente. Me ha cambiado la vida", dice. Por eso, menos de un año después, en el barrio responde al nombre de Sweet man.

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